EL DESPERTAR DE MWOTAJI
Con un sonoro bostezo que más parecía un rugido, entreabrió los ojos. Su mirada se perdió en la infinita llanura salpicada por solitarias acacias, teñida de las vibrantes tonalidades anaranjadas propias del amanecer. El aire olía puro, la propia tierra entremezclada con los rescoldos de lejanas hogueras ahora convertidas en ascuas aún humeantes, la humedad del río que atravesaba el bosque hasta desembocar en el lago, y las bestias que comenzaban a despertar perezosas preparándose para una jornada de caza que les saciara el apetito. El cálido sol acariciaba dulcemente su piel. El apacible momento se desvaneció al escuchar aquella voz que tanto amaba susurrarle al oído...
Debes sumergir la cabeza bajo el agua si deseas cruzar el lago.
Parpadeó y cuando volvió a abrir los ojos la luz era débil, filtrada por las frondosas hojas de un bosque. El frescor del amanecer le erizó la piel. Venteó el aire, pero ahora los olores eran muy distintos. Aunque estaba a unas millas de la ciudad, el aroma del bosque se entremezclaba de manera extraña con el olor de las sucias aguas del río donde desembocaban las cloacas, las chimeneas humeantes con olor a pan recién horneado, a sudor y a sangre, a enfermedad...
El olor de Korvosa.
En su regazo, un gato negro se desperezó indolente y se le quedó mirando fijamente, como esperando sus palabras.
Acarició la pequeña cabeza de Vaticinio.
- Eres libre de marchar si es tu deseo - Susurró con voz quebrada al pequeño felino, que le miró unos instantes antes de alejarse y desaparecer en la espesura.
¿Le había hecho un gesto de asentimiento? En ese momento volvió a sentir el puñal desgarrándole el corazón y cortándole la respiración. Durante un rato se quedó allí solo, con su dolor y tristeza, pero de alguna manera aliviado, como si se acabara de liberar de las pesadas cadenas que aprisionaban su alma. Sabía que era lo correcto, por mucho que doliera.
Debes sumergir la cabeza bajo el agua si deseas cruzar el lago.
Habría descendido hasta el mismísimo abismo por ella. Aún recordaba su primer impulso cuando le propusieron matarla para traerla de vuelta a la vida. Pero ellos le hicieron ver lo irreflexivo de su decisión. Juntos recorrieron las rocas de la verdad. Cazaron a las bestias. Fue juez y verdugo. Y finalmente, sumergió la cabeza bajo el agua.
¿Cuál era el sueño y cuál era la realidad? Ya no tenía importancia... ¿Acaso había importado alguna vez? Hubo un tiempo que sí… y por eso no podía cruzar el lago… ni escuchar…
Los ecos de cientos, tal vez miles de voces, se arremolinaban a su alrededor. Pero ahora, entre todos ellos, distinguía unos que destacaban por encima de los demás. La indómita fiereza y pasión salvaje de Aurrunn, la apacible y a veces incomprensible espiritualidad de Nornohor, la profunda culpa y la ira de Njaa, el inconmensurable dolor de la pérdida de Kifo, la despiadada sed de venganza de Gonna, la sabiduría y la prudencia de Kiongozi, la inocencia y la esperanza del pequeño Sahidi. Todos formaban parte de él, y él formaba parte de todos.
Dobló su manta y la guardó en el petate junto con el resto de sus pertenencias y se puso en marcha. Apenas había recorrido unos metros cuando el cinto con su mandoble se desabrochó y salió despedido unos metros hacia delante. Cuando se agachó para recogerlo soltó una tremenda carcajada al caer en la cuenta de algo que le resultó extremadamente gracioso.
- ¿Así que te sigue gustando mirar mi portentoso trasero, amiga? – Dijo sonriendo, sin esperar respuesta.
Y sin más, continuó su camino para reunirse con su "manada". Al fin y al cabo, alguien debía protegerlos...
- Espero que no hayan hecho ninguna tontería en mi ausencia. – Pensó para sí.
En ese momento los espíritus se removieron como un torbellino a su alrededor zarandeando su capa, y con una creciente sensación de inquietud aceleró el paso en dirección a la casa de Zelara.
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